El otro día cuando salió en todos lados que Richard Stallman, padre fundador de la Fundación GNU, no usa teléfono móvil porque cree que es un dispositivo de vigilancia, muchos pensaron: "una vez más este tipo con sus ideas y opiniones radicales". Otros habrán imaginado un Richard Stallman cual Mel Gibson en "Conspiración", viendo enemigos en todos lados. Lo cierto es que todos sabemos que las telefónicas llevan un registro de todos nuestros llamados, SMS, mails, etc. e incluso de nuestra geolocalización. El problema es que, al igual que con Facebook y tantas otras nuevas herramientas en la "nube", confiamos en que estas mega-corporaciones no harán nada malo con ello. Lo más triste es que si estuvieran en manos del Estado estaríamos protestando y pataleando. Todavía nos quedó el chip del neoliberalismo: las empresas son buenas y el Estado malo y perseguidor. Como los datos los tienen las empresas, confiamos. Lo más preocupante es que no hay una normativa en prácticamente ningún país que regule el registro de esa información. ¿Para qué necesitan, por ejemplo, las telefónicas guardar todos nuestros datos? Nadie sabe ni pregunta. Hoy, acabo de leer en un diario importante de la Argentina, que un ciudadano alemán, Malte Spitz, le pidió a Deutsche Telekom que le diera todos los datos que guardaban sobre su persona. Con ellos se hizo un impactante mapa interactivo donde se observan seis meses de la vida de Spitz. Stallman tenía razón. |
El primer registro comenzó en un viaje en tren hacia Erlangen hasta la última noche en su casa en Berlín. En el medio, como contó el Zeit Online, “el perfil digital permite saber cuándo Spitz cruza la calle, cuánto toma un tren, cuándo está en un avión, dónde estuvo en las ciudades que visitó, cuándo trabajó, cuándo durmió, cuándo mandó un mensaje de texto, a qué cervecerías fue”. La vida completa. Es evidente que las empresas tienen, entonces, más datos que los gobiernos sobre las personas. “La sensación que tuve cuando vi toda la información que tenían sobre mí fue aterradora”, dice a Página/12 Malte Spitz que estará en Buenos Aires en junio.
Pero mucho más aterrador es cuando se observa en el mapa creado por Lorenz Matzat, el editor del Open Data Blog del Zeit On Line, bajo el título “Tell-all telephone” (Un teléfono que cuenta todo). Un click en una aplicación que funciona sobre un trabajado mapa de Google permite ver paso a paso no sólo dónde estuvo Spitz cada segundo durante esos seis meses, sino también dónde estaba cuando escribió cada tweet, cada mensaje en redes sociales, cuántos mensajes de textos mandó, cuántas llamadas hizo, cuántas recibió y cuánto tiempo estuvo en Internet, entre otras cosas.
“Es importante para mí, para ver cómo funciona el sistema. Era un poco escéptico sobre la cantidad de datos que se guardaban. Pero los datos son sorprendentes. En Alemania tenemos 100 millones de teléfonos en una población 80 millones de personas. Las compañías telefónicas deberían pensar que guardar tanta información sobre los usuarios también puede ser un problema para ellas”, dice Spitz. “La gente no va a creerles”, dice.
El registro del movimiento de los teléfonos móviles es parte del funcionamiento normal de una red celular. Cada siete segundos aproximadamente, el teléfono celular determina cuál es la torre más cercana para conectarse y registra el ingreso y la salida de una llamada. El asunto es ¿por qué las compañías telefónicas guardan esa información?, ¿quién tiene acceso a esos datos?, ¿qué riesgo implica para los usuarios que una empresa tenga toda esta información? “Una compañía como T-Mobile tiene 30 millones de usuarios. Guardan cada registro de cada usuario y nadie sabe qué hacen con esa información, que queda en el mundo privado”, dice Spitz. En Estados Unidos, la Electronic Frontier Foundation intentó varias veces acceder a la información que guardan las operadoras, pero los “carriers” declinaron en dar esa información.
El asunto es que los Estados parecieran haber delegado el resguardo de la información privada en empresas privadas: bancos, compañías de vuelo, sistemas de tarjetas de crédito... “en todas estas empresas se deja tanta información guardada como sea posible guardar sin medirse las consecuencias”, dice Spitz. “Las compañías no tienen ninguna razón para guardar este tipo de información”, asegura Spitz. El mapa interactivo desarrollado por el Zeit On line junto con la información entregada por el militante es “prácticamente perfecto”, según el propio Spitz. Para darles un sentido a los datos entregados por Deutsche Telekom se cruzó esa información con la vida pública de Spitz. Lo “mejor” es que la telefónica no necesita instalar ningún tipo de cookie o sistema de tracking para saber qué hace un usuario. El sistema lo hace para poder funcionar.
El impacto que tuvo el caso en la prensa estadounidense, además, tiene que ver con el mapa que puso en su sitio el Zeit On line, de-sarrollado por el editor Lorenz Matzat y programado por Michael Kreil. La aplicación le da sentido a la idea de un trabajo de periodismo digital con muchos volúmenes de datos: “Convertir una noción abstracta de algo que todo el mundo conoce en algo visible. Cada posición tuya, cada conexión de tu teléfono está siendo registrada. Cada llamada, cada mensaje de texto, cada conexión de datos”, cuenta el editor Matzat en OnlineJournalismblog.com, donde cuenta paso a paso cómo se desarrolló la aplicación que tardó dos semanas en programar y ser puesta a disposición del público.
Según Spitz, “la Corte alemana dijo que guardar estos datos es inconstitucional. Pero en estos momentos hay un debate político en Alemania entre conservadores y socialdemócratas sobre los casos de retención de datos”. Mientras tanto, Spitz decidió realizar un viaje por América latina “porque hay fuerzas que quieren ir en la dirección de cortar las libertades individuales”. El militante político y social viene trabajando también los últimos años en incentivar la idea de “abrir los gobiernos” (open governments, en inglés) para mejorar la transparencia democrática digitalizando y haciendo públicos todos los actos de gobierno. Una forma, digamos, de devolverles el favor.
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